
Todos los dias laborales a la mañana, cuando estoy llegando tarde a mi trabajo -fuente aburridisima del sustento físico necesario si las hay- me encuentro a un cieguito que pide limosna a la salida del subte. O sea si lo veo, se que estoy atrasado en mi entrada al trabajo. Cuando esto sucede, sin embargo, no me siento ni triste ni nervioso ni preocupado... solo me doy cuenta que existe una elección todos los días, entre: Llegar temprano y sentirme un ser humano que cumple con las normas sociales, un buen compañero, una persona de bien, un engranaje más en la maquina social que "todo nos lo dá", un orgullo familiar, un ejemplo paternal y de progreso personal... o llegar tarde y ser un rebelde, maligno, atrasado, retrasado (temporalmente y mentalmente), un mal ejemplo, mal empleado. La disyuntiva es adorar a la egoista e inescrupulosa diosa empresa y los bellacos que la componen... o alimentar la libertad espiritual.
Se que el cieguito reconoce mi voz cuando lo saludo y sonríe; porque todos los días le dejo monedas, que al caer en su jarrito suenan rebeldes...y libres.
